Un gran poeta español se queja del que inventó las consonantes para hacer un soneto rimara.

Dije que una señora era absoluta,
y siendo más honesta que Lucrecia,
para dar fin al cuarteto la hice puta.

Forzome el consonante en llamar necia
a la de más talento y mayor brío,
¡ oh, ley de consonantes dura y recia!

Haciendo en un terceto dicho lio,
un hidalgo afrenté tan solamente
porque el verso acabó bien en judío.

A Herodes otra vez llamé inocente,
mil veces a lo dulce dije amargo
y llamé al apacible impertinente.

Y por el consonante tengo a cargo
otros delitos torpes, feos, rudos,
y llega mi proceso a ser tan largo
que porque en una octava dije escudos,
hice sin más siete maridos
con honradas mujeres ser cornudos.

Aquí nos tienen, como ves metidos
y por el consonante condenados,
a puros versos, como ves, perdidos,
¡oh, míseros poetas desdichados!


Me parecen estos versos, una de las más inspiradas plumas de nuestro Siglo de Oro la mejor crítica ironico-humoristica, que se ha hecho nunca, contra la preceptiva literaria tradicional, y la forma clásica de hacer versos ripiosos, sin tener en cuenta su sentido y mensaje. Si la poesía se limitara a rimar, estaríamos ante un pentagrama sin composición, huero, vacío y sin música.






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