Jerez-Xéréz-Sherry y Manzanilla de Sanlúcar de Barrameda
La
historia vinícola de Jerez es muy compleja. El antiquísimo
viñedo, el reconocido prestigio mantenido durante siglos y una forma muy
especial de vinificar, han ido
consolidando una cultura del vino que lo impregna todo.
Los aires del Mediterráneo
y del Atlántico confluyen
en estas tierras moderando, con el contraste de su influencia, las temperaturas
y aportando una humedad suficiente
para que la crianza evolucione en su justa medida. Las bodegas, al contrario de lo habitual, no son subterráneas, sino
que se elevan a partir del suelo para poder abrir sus ventanas al océano, exponiendo su interior a las brisas
marítimas, y los suelos cubiertos de
albero contribuyen a preservar la humedad. Premisas necesarias para
facilitar la aparición del “velo de
flor”.
En el marco de Jerez se elaboran manzanillas, finos, olorosos,
amontillados, Pedro Ximénez y Cream. El
fino procedente de la crianza biológica bajo el característico velo de flor continúa siendo el
producto más significativo de la zona. Tanto
este como las manzanillas presentan un color amarillo pajizo y tienen unos matices salinos
propios de la crianza biológica y ciertos
rasgos amargosos que le transmite la crianza en madera. Los amontillados, con un color que va
del oro viejo, al ámbar o al caoba, combinan su origen como fino, del que heredan la gama de
matices almendrados y a frutos secos, con su posterior crianza oxidativa de la
que reciben notas a vainilla, a tostado y toques de pastelería. En boca son sabrosos y persistentes,
con ligeras notas amargas. Los olorosos con
una crianza totalmente oxidativa, tienen un aroma contundente y color oscuro;
en boca resultan secos o algo abocados y tienen una elevada graduación alcohólica. Los Pedro Ximénez se
caracterizan por un típico sabor a uvas pasas y su sabrosidad en boca. Los Cream, por su parte, combinan las
notas amargosas de los olorosos con los matices tostados y el dulzor de los Pedro Ximénez.
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