Una huelga agraria violenta en el XIV

El conflicto que enfrentaba a los señores de Cataluña con sus campesinos o payeses llamados de remensa (del latín “redimentia” los adscritos a la tierra que cultivaban y de la que no podían partir sin pagar al señor su redención) se había enquistado desde finales del siglo XIV, dando lugar a sucesivos estallidos de  violencia que afectaron a la mayor parte del campo catalán, con graves consecuencias sociales y económicas.

Los reyes de Aragón desde Juan I (1387-1396) mantuvieron en general una política favorable a los remensas, aunque cambiante según las circunstancias políticas del momento. Esta política culminó con la sentencia interlocutoria de Alfonso el Magnánimo de 1455 que suspendía la prestación de estos malos usos, lo que no hizo sino agravar el enfrentamiento con los señores.

La guerra civil contra Juan II (1462-1472), en la que los campesinos se posicionaron a favor del rey, complicó aún más la situación, con un levantamiento remensa que atacaba directamente los derechos señoriales. Finalmente Fernando II de Aragón “el Católico”, a pesar de unos inicios titubeantes y después de largas y complicadas negociaciones, consiguió forzar a las partes a elegirle “arbitro arbitrador y amigable componedor” para dirimir el conflicto de manera no impugnable y hacer justicia y pacificar el reino prefiriendo la “equidad” a “la literalidad de las leyes”.

La sentencia promulgada en el monasterio de Guadalupe ante los representantes de los señores y payeses. Dividida en treinta y dos capítulos, abolía la remensa y los otros “cinco malos usos”, además de otros derechos abusivos introducidos por la costumbre, sin que ello afectara al sistema señorial en su conjunto. Como compensación establecía diversos pagos que habrían de efectuar los campesinos en forma y plazos detallados.


Como detalle de modernidad: la Sentencia de Guadalupe se firma en 1486, empieza a tener efectividad en 1488 y ya en 1493 se publica una interpretación para aclarar dudas. ¡¡¡ Milagro, esto es actualísimo!!! Ya sé de donde han bebido ciencia social y laboral,  nuestros próceres políticos y sindicales…







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