Jerez: entre el cielo y la tierra (y 2)
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Y aquí empieza la magia vinícola de esta tierra, la influencia húmeda del
Atlántico, su especial y singular suelo de tierras blancas y albarizas que, al
combinarse con la uva palomino, dan un proceso enológico propio y único, muchas
veces copiado, pocas veces alcanzado pero nunca superado. Esta magia vinícola
ha hecho que la enología jerezana, además de avanzada, sea civilizada y no
bárbara.
Desde
la más remota antigüedad, diversos pueblos se asentaron en esta comarca:
tartesios, fenicios, griegos…Y en la romanidad surge una gran figura, el agrónomo COLUMELA, que tenía una finca en Ceret (actual Jerez), que
cita la producción y el envío a otras partes del imperio del “Vinum
Ceretensis”, de gran popularidad en Roma.
Pero
es en la reconquista cristiana del siglo
XIII cuando aparecen las bases de los vinos de Jerez. En 1264, el rey Alfonso X
de Castilla reconquista Jerez, que se convierte en frontera con el Reino de
Granada. El citado monarca tuvo también su propio viñedo en la comarca
jerezana. Según el mito, uno de sus capitanes, Fernán Ibáñez Palomino, fue
quien dio nombre a la uva que identifica a la zona: “el palomino”.
La
creciente demanda comercial de vinos de Jerez en el siglo XV por parte de
comerciantes ingleses, franceses y flamencos obligó al cabildo de la ciudad a
promulgar el edicto del 12 de Agosto de 1438, las Ordenanzas del gremio de la
Pasa y la Vendimia del Jerez, como una protección reguladora de la vendimia,
las características de las botas (barricas), el sistema de crianza y los usos
comerciales.
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