Hablando a voces
Cualquier
día, en cualquier ciudad, vas paseando tranquilamente por la calle y un
tremendo vozarrón te hiela la sangre en las venas, ha sonado a tus espaldas,
¿Qué habrá pasado?, algún accidente, problemas cerebrales o cardiacos, por parte
de alguien… No, alguien ha distinguido en lontananza, una cara conocida y en
vez de apresurar el paso para saludar, prefiere dejarle pegado en el sitio, con
un grito desgarrador en forma de saludo.
Pasemos
a otro ambiente. Entremos en un bar o sentémonos en una terraza de verano y
notaremos enseguida como llegan a nuestros oídos con toda nitidez, la
conversación que mantienen las personas sentadas en una mesa, seis lugares más
allá de la nuestra. No hablan alto, vociferan, parece que en cualquier momento,
va a surgir un duelo a primera sangre. Pues no, no hay problemas personales,
están comentando en forma coral y a todo trapo, las hazañas balonpedicas del
astro de moda. ¡¡¡Qué bien, me dejan sordo!!!
En
esa misma mesa ocupada por personas de mediana edad terminan las desgarradoras
conversaciones futbolísticas anteriores, y llega el momento de¡¡¡ obtener el
título, del más gracioso de la mesa!!!, como luchan ferozmente, que risotadas,
que tonterías a todo volumen. Surgen bandos, “los jefes” se engallan, las
carcajadas, supuestos chistes y burradas, atronan el espacio, ya por sanidad
personal, hay que pensar en una retirada y dejar el campo libre a los barbaros…
No
quiero decir nada de los usuarios de teléfonos móviles, la mayoría deben pensar
que funcionan mal y no se oyen, sino no se explican las voces que dan en sus
conversaciones los interlocutores. La vida íntima y pública al alcance de
todos.
No
se es más listo, audaz, importante, sexy, rico…aquel que grita más y atonta a
sus vecinos contando su vida a volumen altavoces tómbola de feria, aunque él lo
crea.
Termino
con una frase explicativa sobre el tema de chillar, vista en un templo de un pueblin de la vieja Castilla “Hablen bajo, para
comunicarse con Dios no hace falta móvil”, pues así todo y con todo.
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