Las Bodegas de un Precursor.

El primer  vino riojano embotellado hecho a la mode de Médoc llevó una marca que ya no existe: Duque de la Victoria. Se elaboraba en la bodega del mismo nombre y era propiedad del duque en cuestión (D Baldomero Espartero) y que había diseñado su ayudante Luciano Murrieta.

Luciano de Murrieta  construyó en 1872, su propia bodega en una finca a pocos kilómetros de Logroño que transformó en una explotación agropecuaria donde se alternaba vino, cereal, lúpulo y aceite. Le puso el nombren  de Marqués de Murrieta, título que le había sido concedido ese mismo año. El Marqués solo vivía para su vocación vitivinícola y su labor social muy importante en Logroño.

Sus actuales propietarios, la familia Cebrián, en pocos años han convertido la finca y bodega en unas instalaciones modélicas, ha hecho convivir ciertas tradiciones como la generosa crianza en roble viejo con los últimos adelantos en la elaboración. Dentro de una esencia más mediterránea que atlántica, de vinos robustos, cálidos y carnosos.

La bodega ha introducido el acero inoxidable entre las piedras de sillería sin atentar contra las formas del pasado. Coexisten dos prensas verticales con dos husillos de nueva construcción, con un sofisticado aparato de bazuqueo de acero inoxidable. Gran número de barricas son viejas; sus vinos poseen un gusto que se acerca a la madera vieja pero seca, sin signos de humedad. No existe un vino Marqués de Murrieta con menos de dos años en barrica; sus vinos tienen ese sabor “Murrieta” tan definitorio que se manifiesta incluso en los blancos, que también tienen el gusto del roble. El Dorado de Murrieta es el blanco Reserva de la Casa. El Dorado le viene por su color y la madera le comunica los matices y brillos áureos del roble.







Las últimas cosechas han consagrado un vino excepcional que aúna ciertos estilos del pasado con los novedosos del presente: Dalmau Reserva.


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