Brasil y el vino
Brasil debe su vocación vitivinícola a su
colonizador en el siglo XVI, Portugal, y
posteriormente a las misiones jesuitas, que
se esforzaron en aclimatar variedades europeas en zonas dificultosas para el
cultivo. Pero la regularización de la
vid como cultivo se afirma en el
siglo XIX por obra de las inmigrantes italianos en las regiones
meridionales de Rio Grande do Sul (en
torno a su capital, Porto Alegre) y Sierra Gaucha.
Las ciudades de
Garibaldi, Caxias do Sul y Bento Gonçalves, son, de hecho, creación de inmigrantes italianos hace más de un siglo. Los terrenos en esas
zonas son pobres y poco profundos, de naturaleza arcillosa.
Las cepas se cultivan en
escarpaduras en
altitudes hasta 1000 m, lo que obliga a un cultivo manual. También se cultivan
vides en las proximidades de Uruguay,
territorio denominado La Frontera. Ya en
1870 eran frecuentes plantaciones de la variedad Isabella, junto a numerosas variedades italianas como las Barberá, Bonarda, Moscato y Trebbiano. Posteriormente
se introdujeron variedades viníferas francesas; Cabernet Souvignon, Merlot, Sirah y en las variedades blancas Chardonnay.
Las
precipitaciones en Rio Grande y La
Frontera son abundantes, alcanzando 1.800
mm, de los cuales 700 mm durante
el ciclo vegetativo, lo que produce unos
vinos abundantes y a veces excesivos en acidez, que se trata de compensar
con ocasionales chaptalizaciones de los
mostos. Los vinos blancos son marcadamente ácidos, sin llegar al grado de
acerbo. Los vinos tintos no han
revelado aun definitivamente su capacidad de crianza y guarda.
Las
grandes multinacionales de bebidas se han hecho presentes en Brasil, especialmente en Rio
Grande: National Distilleries, Cinzano, Martini&Rossi, Domecq y
Moët-Hennesy, entre otras. De momento el consumo de vino está circunscrito a las comunidades europeas y a los estados
de clima templado.
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