Religión y vino


El vino en la historia de las religiones ha tenido un papel preponderante como elemento presente en ritos y sacrificios en la mayoría de las religiones occidentales.

El vino es capaz  de provocar reacciones eufóricas o depresivas y multitud de efectos que han sido relacionados con prácticas místicas o sobrenaturales. Los orígenes del vino como elemento incluido en las prácticas religiosas surgen en núcleos de civilización mediterránea, aunque los inicios de la viticultura en esas regiones no sean fácilmente.

Probablemente las primeras viñas cultivadas se remonten al periodo neolítico. Las religiones, tanto monoteístas como politeístas, acogen al vino como elemento votivo para rituales y sacrificios. Asimismo, el vino  en las culturas grecolatinas ha sido asociado a ciertas deidades, como Baco.  Era habitual la práctica de libaciones con vino en las culturas griega y romana y en sus fiestas, como las saturnalias y las bacanalias, era lícito beber hasta la embriaguez.

Entre los judíos, el  templo de Jerusalén era el lugar sagrado donde los fieles realizaban sacrificios de animales y hacían ofrendas de frutas, cereales y vino. Los judíos empleaban el vino para sus rituales religiosos, pero rechazaban la embriaguez al igual que los cristianos. En otras religiones, como la musulmana, el vino es un elemento prohibido.

En la religión cristiana abundan las alusiones al vino, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. La máxima expresión del vino como componente religioso se expresa en el cristianismo durante la práctica de la Eucaristía, en la que, para los cristianos, el vino, en transustanciación, se  transforma en la sangre de Cristo.


La religión, a través de las órdenes monásticas, fue el gran impulsor de la viña y el vino en la Alta Edad Media, después de un declive en la época



visigótica y califal, iniciada, incluso, en el ocaso del Imperio romano.  

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