Asados, esperando en la consulta
Estamos
pasando un final de invierno, en el centro de la Península Ibérica, Madrid más
concretamente, donde las acometidas de las distintas borrascas (para más
jolgorio bautizadas con nombres masculinos y femeninos, por orden. Ante todo
políticamente correctos) acompañadas de todo tipo de meteoros, lluvias, nieves,
vientos… han sido constantes.
Ante
esa situación del tiempo, no es extraño coger una gripe, catarro u otra
afección semejante de poca importancia… ante esa situación sanitaria te ves
obligado a acudir al Centro de Salud que me corresponde, esperando que el
médico que allí te atienda solucione tu repito pequeño problema.
Conseguimos
cita para el galeno y nos disponemos a acudir a la consulta. Estamos mejor, los
remedios caseros parece que nos están funcionando, ¿no sé, si ir o no?, pero
decido ir, no sea que en vez de catarro sea otra cosa.
Llego
al Centro de Salud totalmente abrigado, en consonancia con el tiempo que está
haciendo. Traspaso el umbral del edificio y empiezo a notar que un calor
pegajoso se adhiere a mis mucosas, parece el ambiente del desierto africano,
¡¡¡ que calor!!!, noto un sofoco en la cara igual que el que tenia de joven al
dirigirme a alguien desconocido. Pensé, ¿seré yo?, ¿mi dolencia se habrá
agravado?, pero no.
Despojado
de la ropa, lógicamente hasta un límite pudibundamente lógico, me senté en la
sala de espera. Mire a mi alrededor, las personas que esperaban eran una
colección de caras rojas, rojísimas, parecíamos cerditos para asar, el sudor
corría por cualquier comisura corporal.
Pensé,
¿no será esto un método para que los sanitarios, tengan un trabajo asegurado?,
porque con esas temperaturas saharianas al salir a la calle y enfrentarse al
frio reinante, las bronquitis, bronconeumonías… aseguradas.
Comentarios
Publicar un comentario