Me estoy asando

septiembre 04, 2018

Las 3:15 de la madrugada del día 3 de septiembre, estoy en la cama, como se espera de una persona decente como yo, pero no como se debe o debería estar, sino, mojado, muy mojado. El sudor, ese sudor, típico seboso del agosto madrileño, cubre mí ya desvencijado cuerpo.

Doy vueltas y más vueltas en la cama, a ver si haciendo ese violento ejercicio, me viene el sueño, pero ni por esas. Las ventanas abiertas de par en par, pero nada, no corre la más mínima ráfaga de aire. Cierro las ventanas y pongo en funcionamiento el aire acondicionado, al pronto una agradable, agradabilísima sensación fresca, lo cubre todo. Pero falsa ilusión, al cabo de un rato, un sudor frio se posesiona de mí, empiezo a pensar que me acecha el peligro de un enfriamiento no programado, en cualquier zona delicada de mi organismo con las consiguientes y por lo menos molestas consecuencias posteriores (problemas de garganta, estómago y similares...).

Pero todo no va a ser malo. Entre tanto dar vueltas y vueltas en la cama, acostarme, levantarme, abrir, cerrar las ventanas, poner y apagar el aire acondicionado, se ha hecho ya la hora de incorporarme a la vida. Iniciare el día más cansado de lo que me acosté, ¡¡¡QUE SE LE VA A HACER!!!, es verano.

Sales a la calle, y el panorama no es diferente al que describo más arriba, la ciudad por la mañana es algo más fresca, pero con el paso del día y consiguiente aumento de la feroz contaminación, toda huella de frescor desaparece, el ambiente se hace irrespirable por momentos, las ráfagas o rafaguitas de aire, han desaparecido. ¿Qué hay que hacer en estos momentos pre infernales?. Salir lo menos posible, ya que por lo menos en casa se está casi desnudo. Beber, beber y beber líquidos, para pasada la falsa sensación que produce esto, volver a sudar con más ahínco aún... rezo para que se acerque hasta esta caldeada ciudad, una borrasquita que nos refresque el ambiente. ¿A ver, si es verdad?, me siento como un pollo que se va asando lentamente...