La viticultura en Japón y China
En
el siglo XVI los jesuitas españoles y
portugueses introducen el vino en
Japón, que conoce un relativo florecimiento hasta la reacción xenófoba de los Shagún Tokugawa.
La
climatología en buena parte del Japón, sometido
a regímenes monzónicos de lluvias no es la más adecuada al cultivo, por lo que
la mayor densidad de los viñedos se sitúa al norte de Tokio, especialmente en los departamentos de Honshu Norte y en la isla de Hokkeido, donde los inviernos
excesivamente fríos obligan a tomas medidas de protección de las cepas, como en otras regiones de Asia. Japón abunda en variedades
indígenas, la más importante la Koshu de
remoto origen iranio, llevada a Extremo
Oriente a través de la Ruta de la
Seda, de color rosado que da un vino
claro casi incoloro.
También
merece citarse la variedad Yamabudo (uva
de la montaña) cultivada en Hokkeido
y descendientes de las variedades Amurensis
siberianas, resistentes al frio. Pero actualmente el 80% del viñedo japonés está constituido por
uvas híbridas de la variedad Labrusca, procedentes
directamente de Estados Unidos, de
los cuales el más popular es el Delaware
de maduración temprana.
Una
importante proporción de la cosecha se
destina a uva de mesa. Japón ha
mostrado en los últimos años una gran demanda de vinos de calidad, como lo manifiesta en sus inversiones en Europa,
como en el caso de la bodega de Château
Lagrange, y en la importación de vinos europeos y mostos argentinos para
elaboración experimental y reforzamiento de mostos propios.
Los
rusos aclimatan en China variedades
caucásicas, como la Rkatsiteli, en
la cuenca del rio Yalú, en Manchuria. Cuando,
a finales de los setenta China se abrió a las economías
occidentales, algunas grandes multinacionales (Allied-Lyons y Remy Martín) crean joint-
ventures con empresas estatales chinas para la promoción de actividades vitivinícolas, produciéndose el lanzamiento de vinos de “estilo occidental” con exportaciones discretas de momento a grandes países vecinos.
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