Una sentencia lógica, que defrauda a algunos
Cuando las Cortes de Cádiz acordaron una nueva ley
fundamental, la Constitución de 1812, el diputado Agustín Arguelles presentó el
texto del documento y exclamó: “¡Españoles, ahora tenéis una patria! Aquel trozo
de papel, en otras palabras, confería sustancia a una nación que hasta entonces
solo había sido una aspiración. En realidad, a pesar de Arguelles, en aquel
momento no había ni patria ni ningún sentimiento de solidaridad nacional en
España. ¿Y cómo podía un simple un simple documento, ferozmente contrario a los
sentimientos políticos de la mitad del pueblo en el país, crear de la nada una
patria?
A pesar de todo, los historiadores posteriores y los artistas
fijaron ese año 1812 como una representación del nacimiento de una nación, y
publicaron libros y pintaron cuadros que dieron sustancia formal a su sueño.
Era la construcción mítica de un pasado legendario.
Si los castellanos pudieron hacerlo entonces, otros podrían
hacerlo después. Casi del mismo modo, los catalanes de un periodo posterior
intentaron crear una realidad únicamente forjada en su imaginación, y centraron
su atención en el año 1714. De todas las naciones que constituyen España, los
catalanes fueron los más implacables a la hora de exigir y afirmar su
identidad. Su persistencia se debió fundamentalmente a que otros (especialmente
el Conde-Duque de Olivares en 1640) amenazaron sus privilegios y al final, como
consecuencia de la Guerra de Sucesión española, los abolieron en 1714, en el reinado
del Borbón, Felipe V con sus “Leyes de Nueva Planta”, borrón y cuenta nueva a
los privilegios forales, provocando esta acción resentimientos múltiples en los
territorios afectados, que duran hasta el momento actual.
Esto, que a lo largo de los muchísimos años transcurridos,
nadie ha tenido (gobiernos sucesivos) la idea de arreglar de una manera
dialogada y acordada. O no se ha hecho nada o se ha empleado la fuerza de una
manera descontrolada y sin sentido.
En la actualidad, ante los sucesos que están ocurriendo, el
Tribunal Supremo (órgano máximo del poder judicial español), ha actuado para mi
con una lógica jurídica intachable, ha condenado con arreglo a las leyes
actuales a los autores confesos de delitos contra las mismas. Dejando los
problemas políticos inherentes en manos de los representantes políticos para
que dialoguen en serio de una vez, y se pongan de acuerdo en beneficio de tos
los habitantes de esta vieja piel de toro.
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