El color de los vinos
Los vinos de clasifican
por su color en blancos, tintos y rosados, aunque en realidad, si nos atenemos a las gamas
cromáticas, el vino estaría sujeto a
una clasificación mucho mayor.
Los vinos blancos se caracterizan por su color amarillo o
amarillo verdoso, que puede variar de
tonalidad desde los tonos pajizos hasta la gama del ámbar. Los vinos botitrizados tenderán a presentar un color dorado de intensidad variable.
Los vinos blancos deben su color a
la presencia de flavonas y breves cantidades de antocianos, compuestos
fenólicos responsables de la pigmentación del vino. Estos compuestos toman contacto con el oxígeno y otros componentes del vino tras el prensado de la uva, provocando numerosas reacciones químicas que ocasionan un cambio o intensificación del color. Asimismo los blancos muy viejos pueden presentar coloraciones doradas o ambarinas.
En el caso de los
rosados, su
pigmentación se debe al breve contacto que tiene el mosto con los hollejos de
las variedades tintas. En algunos casos
los vinos rosados presentan un borde anaranjado de intensidad variable.
Esta tonalidad puede denotar oxidación.
En los vinos tintos el color se debe también a la presencia
de antocianos, en este caso en mayor proporción que en los blancos, dependiendo de la variedad y del grado de maduración
del fruto. El color de un vino tinto puede
variar desde los tonos violáceos, propios de los vinos jóvenes, hasta las tonalidades anaranjadas.
La
acidez del mosto también resulta un factor determinante del color. Por lo general, un mosto de acidez alta
dará lugar a un vino de intenso y brillante color. Por el contrario, el proceso de envejecimiento del vino, provoca
una disminución de la intensidad del color
debido a la oxidación, que puede aportar tonalidades amarillentas al vino tinto.
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