Barrica

En sus orígenes, el transporte y conservación del vino se hacía en envases poco adecuados (tinajas de arcilla, pellejos, fudres y botas), lo que terminaba por transferirle aromas y sabores que lo contaminaban. Será a partir del siglo XVII, coincidiendo con el desarrollo del comercio marítimo, cuando la madera y el vino van a ser inseparables. Los vinos se transportaban en naves dentro de grandes toneles, fudres o tinas de enormes proporciones, lo que  dificultaba su movimiento, y dada la desproporción entre el volumen y la superficie de contacto de la madera con el líquido, esta apenas podía ceder sus mejores atributos a aquel

Fiel al origen viajero del vino  y la madera, nace en plena travesía del primer vino oloroso, procedente de Jerez, cuyo nombre se debe a las excelencias odoríferas que el envase de roble  ofrecía a partir del potencial oloroso del querqus

En los procesos de crianza y envejecimiento de los vinos la barrica más empleada es la de madera de roble con una capacidad de 225 l denominada bordelesa a partir de un decreto francés de 1866 que fija el tamaño entre 215 y 230 l. Estas barricas se dirigían sobre todo al mercado inglés y en destino se procedía a su embotellado.


El tipo de madera más extendido es el de roble americano, generalmente aserrado, aunque cada día se utilizan más las de roble francés, de los bosques de Allier, Limousin y Nevers. La edad de las barricas tiene gran importancia en la crianza de los vinos. Los primeros vinos riojanos, no obstante, no fueron criados en las famosas bordelesas, sino en barriles de 72 l fabricados en



Bilbao, hacia la segunda mitad del XIX. De todos modos la barrica bordelesa es adoptada muy pronto por La Rioja, importando su utillaje de elaboración que ha servido durante largo tiempo para dar esa imagen venerada de vejez y humedad de la bodega subterránea y la barrica vieja.

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