Otro soneto de Herrera



Herrera nos ha dejado la imagen de escritor, poeta y erudito centrado casi en exclusiva en su quehacer intelectual. Plantea su producción como una transición desde el clasicismo renacentista de Garcilaso de la Vega hacia la complejidad estilística barroca de Luis de Góngora y Francisco de Quevedo. Fue un intelectual, diríamos ahora, integro e integral.



Esta rota y cansada pesadumbre,
osada muestra de soberbios pechos;
estos quebrados arcos y desechos,
y abierto cerco de espantosa cumbre,

descubren a la ruda muchedumbre
su error ciego y sus términos estrechos;
y sólo yo, en mis grandes males hechos,
nunca sé abrir los ojos a la lumbre.

Pienso que mi esperanza ha fabricado
edificio más firme, y aunque veo
que se derriba, sigo al fin mi engaño.

¿De qué sirve el juicio a un ostinado
que la razón oprime en el deseo?
De ver su error y padecer más daño.

El tema de las ruinas había ido introducido en la poesía del siglo XVI por Gutierre de Cetina (“A unos ojos claros y serenos...”), siguiendo modelos italianos. Igual que su predecesor Herrera hace del tema una especie de emblema moral que le sirve para reflexionar, en tono grave, acerca de su actitud amorosa. Es probable que el soneto tome como motivo de inspiración las cercanas ruinas de Itálica. Si esto es así, se convierte en cabeza de una rica serie de poemas sobre las mismas ruinas a la que contribuyeron los mejores vates sevillanos de la época.

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