Nace el flamenco


El flamenco (Patrimonio inmaterial de la Humanidad, declarado por la UNESCO), es seguramente la versión más pura del folklore andaluz. En torno a sus orígenes, estos se relacionan con la llegada de los gitanos a principios de siglo XV a las campiñas gaditanas de Jerez y a Sevilla. A mediados del siglo XIX,  empieza a popularizarse como tal flamenco (reúne distintos cantos o palos populares anteriores dispersos), a través de los cafés cantantes. Es como una reacción popular contra el gusto folklórico foráneo (francés e italiano), imperante en la época.

 Los orígenes del flamenco están rodeados de mitología. Tenemos las disparatadas elucubraciones de Blas Infante (padre del nacionalismo andaluz), para quien el origen de  la palabra está en el árabe (fellah mengu: campesino huido). Hay incluso quienes ponen en solfa, los conocimientos idiomáticos de Infante. Investigadores hay que incluso encuentran aires flamencos a las “puellae gaditanae”, cuyas danzas según, e Marcial, encantaban a los romanos. En esta vena alguno ha visto zapateando con tiento, a Argantonio, rey de Tartessos.

Entre estas fabulas genealógicas, lo moro ha solido tener mayor predicamento, porque al-Ándalus ha sido albergue para toda clase de fantasías andalucistas. Lo cierto es que el flamenco tiene poca antigüedad. Comienza a manifestarse como una forma musical reconocible con una estética propia a comienzos del siglo XIX. Antes debió de haber sin duda maneras de cantar de las  cuales el flamenco se nutre y que el hereda y transforma, pero no pueden ser consideradas flamencas sin recurrir a la fabulación.

En su origen  produce la genial fusión de elementos muy distintos y muestra una estética provocativamente por completo diferente de la que se consideraba elegante y de buen gusto (formas francesas e italianas). En cierto modo es un regreso al Siglo de Oro y a su aprecio desacomplejado de la cultura popular, tan desdeñada en España durante el siglo XVIII. Esa cultura popular, siempre ha sido en nuestro país muy fuerte y difícil de ignorar. El flamenco no imita a nadie, si acaso es imitado en medio mundo, y sale de eses pueblo de labriegos y mineros que decía Ortega y Gasset que era España. O más bien el esfuerzo de ese pueblo por sacudirse los rígidos esquemas de la estética neoclásica.





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